En 1998, cuando Michel Rolland llegó a ese imponente rincón del Valle de Uco, solo había montañas, flora y fauna del pedemonte cordillerano. Solo a él se le ocurriría imaginar que 20 años después, ese pedazo de desierto podía convertirse en un campo de 850 hectáreas de viñedos de alta calidad, plantados con la intención de concebir algún día, grandes vinos de Nuevo Mundo.
Claro que para cumplir con ese sueño no estuvo solo, sino supo rodearse bien de amigos del vino, entre los que estaban el Baron Benjamin de Rothschild (fallecido recientemente) y Laurent Dassault; ambos personajes muy prestigiosos de Francia. También bodegueros de Burdeos, con Château Clarke (Cru Bourgeois ubicado en la AOC Listrac-Médoc) y Château Dassault (Saint Emilion Grand Cru), respectivamente.
Obviamente les encantó la idea del afamado flying winemaker de producir vinos argentinos de excelencia.
Así nace en 2003 la bodega Flechas de los Andes, con un emblema que hace referencia a las cinco flechas emblemáticas de la familia Rothschild, que simboliza los cinco hermanos que dieron origen a esa dinastía de emprendedores a lo largo de seis generaciones. Con el tiempo, deciden emprender su propio camino sin formar parte del Clos de los Siete, el sueño de Rolland hecho realidad.
La filosofía fue siempre la misma, elaborar grandes vinos y que pudieran añejar muy bien. Con esa premisa el enólogo Pablo Richardi se sumó al emprendimiento desde el primer día. Al principio, Pablo se apoyaba en la buena madurez de las uvas que, por las condiciones extremas de Vista Flores, al pie de los Andes, resultaba en vinos concentrados, con músculo y potencia, y la madera; barricas de roble nuevo francés; también como protagonista.
Pero, así como las vides fueron ganando equilibrio a medida que se relacionaban más con su entorno, cosecha tras cosecha, al joven enólogo le pasó lo mismo. Y es en esa evolución, que ya está por cumplir dos décadas, radica la clave actual de Fechas de los Andes y sus vinos. Porque no solo la naturaleza hizo lo suyo, sino que las personas, y fundamentalmente Pablo, lograron interpretar el terroir para concebir los vinos que inauguran una nueva etapa en la bodega.
Porque si bien cada vendimia se vinifica con el más puro respeto de las tradiciones bordelesas, aliadas a las técnicas y al moderno equipamiento, la consistencia del hacedor en un entorno único, beneficiado por un clima seco moderado por la altura, forjan los vinos actuales de Flechas de los Andes. Esto, sumado a la atención apasionada que tienen sus dueños sobre la propiedad, a la que en condiciones normales visitan un par de veces al año.
Al Gran Corte y Gran Malbec que dieran el puntapié inicial a esta historia vínica, se sumaron en 2010 los Punta de Flechas para aportar más novedades y movimiento a una propuesta enológica muy clásica, al mejor estilo chateau de Burdeos, con un gran vino y otro gran vino secundándolo. Hoy, con la nueva línea logran atender un segmento, también de alta gama, pero sin tantas pretensiones de guarda ni concentraciones, y por ende a precios más accesibles.
Los vinos de Flechas de los Andes
Más allá del Punta de Flechas Rosado, falta mucho para que lleguen los 2020 de Pablo al mercado. Sin embrago, recuerda que fue un año cálido, pero que no lo tomó por sorpresa. “La vendimia es como el asado, para no quedarse sin brasas o no arrebatarlo hay que ser previsible. Hay que pensar que en febrero siempre llueve más, y si viene seco como fue en 2020, la cosecha se adelanta naturalmente”, explica el hacedor. También, los agrónomos y enólogos tienen indicadores a lo largo de todo el ciclo vegetativo para planificar mejor la cosecha, como la floración, el cuaje, el tamaño de los granos, etc. “Si el 30 de enero medías azúcar y ácido málico, te dabas cuenta que venia adelantado una semana, y después con el febrero que tuvimos, era obvio que la cosecha se anticiparía entre 15 días y un mes”. Esto no fue problema para él ya que no vinifica blancos, y no tuvo que desocupar sus vasijas de urgencia para recibir las uvas tintas. El Punta de Flechas Rosado es el primer vino no tinto de la casa en casi veinte cosechas. Pero la verdadera historia de este vino con personalidad es que nació por casualidad. Entre las tantas uvas plantadas para encontrar el compañero histórico al Malbec para el Gran Corte, estaba el Tannat. Durante años Pablo lo vinificó a un rendimiento (lógico) de 80 qa/ha, pero nunca logró obtener un buen vino. Y tras cinco intentos, vendidos todos como vinos de traslado, decidió liberar la viña hasta llegar a los 200 quintales por hectárea. Esa uva se vendió siempre a la misma bodega, hasta 2019 que, por cierre de la bodega, quedó la uva colgada en las plantas.
Pablo vinificó varios años en Francia y compartió muchas experiencias con los demás enólogos del grupo. Ese año justo estaba con un colega francés, y juntos se animaron a hacer un rosado. Si bien no dice Tannat por ningún lado, está claro que es la clave de su éxito. Porque esa uva mantiene una altísima acidez natural. En este caso con 9 gr ac/l, de los cuales 5 son de tartárico y 4 de málico (el de la manzana verde), mucho más amable. Como hijo de buen champañero (su padre Norberto es propietario de una de las champañeras más tradicionales de Mendoza; Richardi Fazio Menegazzo), le dejó 4gr de az/l para lograr un balance final. “La idea es que tenga cuerpo para la mesa”, afirma Pablo. Y detalla que, en Francia, los rosados de Provence y Burdeos se hacen con base Cabernet, por ser variedades tánicas para darles cuerpo, a partir de maceraciones cortas de 12h. Su rosado tiene polifenoles y un perfil aromático bien floral, no de cereza típica de muchos Malbec.
Además del rosado incluido en la selección de DELIRIO, existe el Punta de Flechas Malbec, del cual elabora unos 400.000 l al año en dos etiquetas diferentes; mercado externo y mercado interno. Es la misma uva del Gran Malbec, con apenas 2000 kg más por hectárea, y lleva un 15% de Merlot que lo hace más bebible en el corto plazo, “porque los taninos de la zona son firmes”, dice. Y para explicar la atractiva fluidez del vino detalla tres cosas: comparado con los exponentes anteriores, las plantas son más viejas. Se cosechan más temprano. Y realiza extracciones muy suaves, “yo estoy dejando muchos taninos en los hollejos, como no tienen guarda en barricas no extraigo demasiado en este vino”. Su par blend, también incluido en la caja DELIRIO, está elaborado a base de Malbec (50%), con partes iguales de Cabernet Sauvignon y Merlot, y un toque de Petit Verdot (2%). “Se siente una mayor concentración, más cuerpo y más complejidad en sus sabores”, asegura. Y agrega, “el discurso de Flechas es siempre el mismo, el Malbec es nuestro caballo de batallas, y los cortes para cuando trabajamos en un solo terroir. Acá la boca la da el Cabernet Sauvignon (cofermentado en gran parte con Malbec) de grano más grande en boca, mientras el Malbec te da violetas y dulzor”.
Si bien no es el top de la casa, se puede decir que es la estrella, porque Argentina es Malbec. La cosecha 2014 es la actual y será corta, porque el Flechas de los Andes Gran Malbec se exportó mucho. Es por ello que después del 2014 llegará el 2017, porque la cosecha 2015 se vendió toda afuera, y en 2016 no se elaboró. “Acá se empieza a ver el nuevo formato o receta para este vino, siempre apoyado en la fruta. La madera no se siente, y es muy masivo en el medio de boca, por la frescura que lo hace fluir muy bien y equilibra su concentración”, explica Pablo. Es tanta la fuerza de la fruta que no se siente la madera, más allá que solamente 1/3 sea roble nuevo. Habrá que prepararse para recibir con los brazos abiertos al 2017.
Pablo, durante varios años elaboró solo dos vinos, y nunca tuvo la presión comercial. Es más, Flechas de los Andes crece a un ritmo sostenido de 5% por año, lo cual, después de 15 años es envidiable. “Nunca tuvimos un salto de incremento en las exportaciones del 40% porque buscamos mucho a los importadores, nos interesa más la fidelidad”.
De la primera cosecha 2004 todos recuerdan el Gran Malbec y el Gran Corte, su hermano mayor. “Con el 2015 comienza la revolución de este vino”, cuenta Pablo. Elegir las variedades protagonistas, más allá del Malbec, fue un trabajo que le llevó cinco años, ya que debían ser variedades que además demostraran constancia en el terroir. Después otro proceso de aprendizaje en la vinificación. Así llegó la cofermentación de Malbec y Cabernet Franc que tan bien le sale. Pero le llevó al menos tres años más. Y luego lograr la guarda deseada. Para ello dejó de usar mucha barrica. “Esto es algo de barrica nueva y foudre, solo 12 meses y los otros 12 meses en vasijas de hormigón para que siga respirando un poco más sin encerrarlo en la botella ni ponerle más madera”, agrega. En 2016 no hubo Gran Corte, y el 2017 es una primicia absoluta que llega de la mano de DELIRIO.
Se siente el cambio, mezcla de evolución general del terruño y la industria, con mayor experiencia del hacedor. Pero acá hay algo más, una confianza personal para despegarse y lograr el primer vino de campo que no tiene nada que ver con el estilo de Michel Rolland, sin que ello implique ser mejor, o estar en las antípodas, como pueden ser los hermanos Michelini. Acá se nota que Pablo se cortó solo, fue como un gladiador, ya no hay un vino monolítico como le solían decir hace algunos años, sino una expresión diferente, con más capas y complejidad.
La guarda está garantizada en todos los vinos de Pablo Richardi, aunque ahora se pueden disfrutar antes.
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at Fabricio Portelli
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